martes, noviembre 03, 2009

Ideas sueltas sobre la unidad para las parlamentarias / Olga Ramos

Como en todos lados, un tema que ha acaparado la atención de buena parte de los twitteros venezolanos en estos días, es la construcción de una opción de unidad para las elecciones parlamentarias. El tema es muy amplio, por lo que tratar de abarcarlo por completo, es demasiado ambicioso, además, lo complejo del mismo, hace que no sea fácil presentar un cuerpo estructurado de ideas que no resulte superficial o incompleto. Así que me limitaré a exponer algunas ideas sueltas sobre la unidad que espero contribuyan a la discusión.

Pero antes de entrar de lleno en los temas propios de la construcción de la unidad para las elecciones parlamentarias, es importante hacer unas consideraciones previas.

La primera consideración previa es la naturaleza de la lucha que vivimos en Venezuela. A riesgo de dejar algunos puntos de vista en el tintero, pero sin la pretensión de abarcar todos los existentes, me atrevo a decir que, en términos de la naturaleza de la lucha que vivimos, podemos identificar varias opciones. Para algunos, se trata de una simple lucha en contra de un gobierno que le resulta como una especie de piedra en el zapato para lograr sus objetivos; para otros, se trata de una lucha en contra de un gobierno y un proyecto político específico que no comparten; para algunos otros, se trata de una lucha de los sectores democráticos versus los sectores no democráticos del país (en este caso coexisten varias visiones de lo que es y debe ser “democrático” en la dinámica política nacional); y para los otros, entre los que me encuentro, se trata de una lucha por la salida de Venezuela de la crisis político-económica y social en la que se encuentra desde hace bastante más de 10 años. La naturaleza de la lucha se desprende de una visión diferente del problema frente al que nos encontramos y obviamente, marca de forma crucial y definitiva, tanto los objetivos que se persiguen, como los mecanismos que se utilizan para alcanzarlos. Esto hace que, en buena parte de nuestras discusiones, pareciera que estamos hablando de las mismas cosas, pero como efectivamente se parte de visiones distintas, los mecanismos y los acuerdos que se consideran válidos, terminan siendo bien diferentes.

Y aunque parezca de perogrullo decirlo, si no tenemos claro que existen estas diferencias y trabajamos para acordarnos en torno a la visión del problema y la naturaleza de la lucha, todo lo que hagamos tendrá problemas de eficacia y efectividad y siempre parecerá que cada quién está halando para un lado, porque, realmente, eso es lo que estamos haciendo. Afortunadamente, las diversas naturalezas de la lucha identificadas, se tocan en algunos puntos y eso nos ha permitido, hasta ahora, pasar por coherentes e instrumentar acciones conjuntas y nos lo seguirá permitiendo, sin embargo, siempre a costa de nuestra eficacia.

La segunda consideración previa es relativa al ámbito más apropiado para trabajar en esta lucha y que determina el foco estratégico que se le da a la misma. No es una novedad que la mayoría de la gente considera de importancia estratégica para la lucha que está librando, el acceso al poder en el nivel nacional de gobierno, esto se ha enfatizado en los últimos años, en especial por las prácticas de concentración del poder y de manejo de los recursos, de los que se ha valido el ejecutivo nacional para minimizar la capacidad de acción y la fuerza de gobiernos regionales y locales. Obviamente tenemos que estar claros en que el uso y manejo de los recursos y las reglas del juego que se hacen desde el nivel nacional, restringen la capacidad de maniobra de los gobiernos regionales y locales. Pero, a pesar de tener eso como premisa, el espacio local, es el espacio de convivencia por excelencia, en el que se concretan cotidianamente las necesidades de la población y se experimentan las consecuencias de las respuestas que a ellas se dé, a través de las políticas públicas desarrolladas en todos los niveles de gobierno. Por ello, ya sea para la construcción de una sociedad efectivamente democrática, para combatir un proyecto político no compartido o para la salida de la crisis del país y la reconstrucción de la unidad nacional, de la paz y de la gobernabilidad, la cohesión y el buen manejo de lo local, es de importancia capital. Sin ello, no tenemos muchas posibilidades de alcanzar los objetivos macro. En este marco cabe reflexionar sobre el lugar que ocupa la elección de la AN en las estrategias de nuestras luchas (el plural responde a la diversidad de naturalezas de la lucha antes identificadas) algo que, por obvio, puede no parecer importante.

Para ello, haré algunas precisiones:

1. Lo primero que quiero precisar es que aunque la AN es un órgano legislativo estratégico e importantísimo para la vida del país, no es el único. Están los Consejos Legislativos Estadales y los Concejos Municipales que, en términos del impacto que pueden tener en la calidad de vida de las personas, son instancias con un valor estratégico nada despreciable.
2. Lo segundo que es importante precisar, es que en términos de intermediación entre el gobierno municipal y los ciudadanos, las Juntas Parroquiales cobran una importancia significativa, por la función que tienen, a pesar de que ésta ha tratado de ser minimizada con la creación de los Consejos Comunales. Sin embargo, es importante tener en cuenta la diferencia: los Consejos Comunales tienen una relación de intermediación teórica con los gobiernos locales a través del Consejo Local de Planificación, pero fundamentalmente y en la práctica, su relación de intermediación es con el ejecutivo nacional, por lo que su valor estratégico para el gobierno central es elevado, mientras que los gobiernos locales pueden apoyarse en las Juntas Parroquiales para mantener claros y efectivos canales de comunicación con la población.
3. Finalmente, es necesario precisar que en el 2010 se realizarán las elecciones para escoger a los diputados de la AN, pero también las de los Concejos Municipales y las Juntas Parroquiales de todo el país. En el 2005 la cantidad de Concejales y miembros de las Juntas Parroquiales electos fueron 2.389 y 3.207 respectivamente. Para las próximas elecciones las cifras pueden ser similares. Esto implica la necesidad de contar con casi 6.000 personas con capacidad y vocación de servicio, pero también con ambición de poder que estén dispuestos a asumir el reto de lanzar su candidatura a estos espacios y que una vez electos, lo estén a realizar la más impecable y mejor de las gestiones.

De allí que, para la construcción de una estrategia de lucha que pueda dar resultados efectivos y sostenibles a largo plazo, es necesario replantearse el peso que están otorgando, tanto los ciudadanos de a pié, como los militantes y simpatizantes de las organizaciones políticas, a estos dos eventos electorales y a la construcción de opciones de unidad en torno a ellos.

Hechas estas consideraciones, entrar en el terreno de la discusión sobre la construcción de la unidad para las próximas elecciones, desde mi punto de vista, no está relacionado con hacer apreciaciones o lanzar argumentos a favor o en contra de las primarias versus los acuerdos o sobre los beneficios del uso de la tarjeta única, sino con analizar y discutir cómo se están sentando las bases para la construcción de esa unidad. Ante ello, tengo algunas preguntas que pueden ser generadoras del debate necesario, en buena parte ausente, hasta el momento:

1. ¿Se trata de un acuerdo de unidad coyuntural para abordar unas elecciones (la de la AN y las de Concejos Municipales y Juntas Parroquiales) o de un acuerdo de unidad más allá de la coyuntura? La respuesta a esta pregunta, independientemente de las diversas naturalezas de la lucha identificadas al comienzo de estas notas, definirá el tipo de unidad que se requiere construir, las características del proceso y las instancias en las que ésta se puede dar. En este caso, para mi, obviamente, debe tratarse de un acuerdo de unidad que trascienda la coyuntura electoral, pero si como país, aún no estamos listos para dar ese paso, no podemos condenar a priori, el que se trate de un acuerdo coyuntural para las próximas elecciones, lo que si tenemos que hacer es tenerlo claro y trabajar con esa premisa, para lograrlo en las mejores condiciones posibles.
2. ¿Quién construye las premisas sobre las que debe fundarse ese acuerdo de unidad? En muchos escenarios se discuten las premisas sobre las que debe fundarse el acuerdo, pero en ninguno, salvo un par de excepciones circunstanciales, se plantea abiertamente la discusión sobre ¿quién debe definir esas premisas? y ¿en qué espacio deben ser definidas? Esto sucede así, entre otras cosas, porque para algunos, parece estar claro que el espacio para definir las premisas sobre las que se funde la unidad, existe y es el constituido por los partidos, denominado “mesa de la unidad”. Pero para otros, esto no está tan claro y a pesar de que formalmente no proponen un espacio alternativo, utilizan varias estrategias para promoverlo de facto. Estas estrategias son de dos tipos, por una parte, están las que promueven alianzas alternas, ya sean virtuales o presenciales, de base o de élite, me refiero a la promoción de reuniones, encuentros e intercambios de diversa naturaleza con los que se persigue generar posiciones que “obliguen” a los diversos sectores políticos a ampliar la base sobre la que se construye la unidad o a incorporar elementos en la agenda de debate y decisión; y por la otra, están las que se concentran sólo en promover agendas alternas utilizando diversos medios de comunicación para imponer, vía “opinión pública mediática”, las premisas sobre las que se debe sustentar el acuerdo o alguna de las características que debe tomar el mismo.
Obviamente, el uso de las estrategias de los dos tipos no es excluyente, y ha de reconocerse que todas son “políticamente” válidas. Sin embargo, esto no quiere decir que su uso sea incuestionable, ya que sus consecuencias, positivas y negativas, ya se pueden apreciar, tanto en la propia dinámica de definición del espacio y las reglas del juego, como en la credibilidad de los actores que las emplean, pero también se aprecian y se podrán apreciar, en la calidad de los productos que del uso de ellas se obtenga -esto incluye a las candidaturas-, y también en la confianza que se genere, se mine o se deje de construir, en esta parte de la sociedad política y que afectará la credibilidad en la dinámica política que somos capaces de desarrollar, más allá de los procesos electorales.
3. Por otra parte, trátese de un acuerdo coyuntural-electoral o trascendente, no se puede concertar la unidad sin tener claro ¿para qué? esto es, sin establecer la agenda de trabajo que se promoverá a lo largo del proceso. La agenda es la que le da cohesión y sentido a la construcción de la unidad y al posicionamiento de una opción diferente de poder (sea ésta una agenda para construir una sociedad efectivamente más democrática, un proyecto político alternativo o una real salida a la crisis) A este punto, al parecer, no se le está dando la importancia que debe tener en las luchas existentes, se le trata de forma superficial o se posterga su definición, como si existiera un proyecto de país sobre el que todos estuviéramos de acuerdo y lo que estuviese en construcción fuese sólo la estrategia para alcanzarlo. Como colectivo actuamos como si compartiéramos las premisas de sociedad que queremos alcanzar, sin darnos cuenta de que nuestro mayor acuerdo, casi nuestro único acuerdo, es sobre la identificación de los problemas que vivimos o que nos afectan, cosa que paradójicamente es un gran-pequeño paso.
Este menosprecio que en la práctica le damos a la definición del ¿para qué?, nos impide ver su potencial transformador, ya que, aunque la unidad en este momento, se tratara de un acuerdo coyuntural y se tuvieran muy bajas expectativas de triunfo, si existiera una clara agenda legislativa, nacional y local, su promoción constituiría un propósito estratégico de lucha que abonaría el terreno con creces a cualquier proceso de transformación que se quisiera emprender, porque permitiría, entre otras cosas, poner en la agenda pública los temas y las alternativas que nos permitirían construir una Venezuela diferente y centrar la atención de la gente sobre ellos.
4. Otro elemento asociado a las bases sobre las que se debe fundamentar la unidad, es el compromiso de todos los actores para respetar y llevar a cabo los acuerdos. Esto incluye a los “líderes” de la unidad, a los candidatos que sean resultantes de la misma y también a todos los ciudadanos. No podemos participar en un proceso de construcción de la unidad, con la premisa de que, frente a las diferencias, en lugar de aumentar los esfuerzos por resolverlas, alguien se levantará y pateará la mesa. De hecho, no podemos construir unidad sin que exista un compromiso explícito de respeto a la estrategia y las acciones que de ella se desprendan. Compromiso que debe traducirse en dos cosas fundamentales: un esfuerzo sostenido por lograr de verdad que los acuerdos alcanzados, los objetivos propuestos y la agenda de trabajo, se lleven a cabo; y la garantía explícita de no jugar “por la libre” cuando se vea la oportunidad de sacar dividendos personales o grupales, poniendo de lado los intereses colectivos legítimamente acordados en la unidad. Pero este compromiso, no es ni debe ser sólo de los candidatos o de la llamada “dirigencia”, sino de toda la ciudadanía que pretenda inscribirse en este proceso de construcción de unidad, ya que, muchas veces, los esfuerzos son desequilibrados y la omisión de un sector, o de la mayoría de la ciudadanía, es la que lleva al fracaso una buena estrategia propuesta. Ejemplos de ello, tenemos para regalar.
De la mano del compromiso, está la construcción de la confianza en un ambiente de desconfianza colectiva, por lo que un proceso que se desarrolle en él, debe contar, con compromisos éticos y de acción declarados y suscritos, por una parte, pero, por la otra, con la confianza como regla de juego obligada. Confianza y compromiso deben ser un binomio indisoluble sobre el cual construir una dinámica política diferente.
Está claro que frente a un ambiente de desconfianza colectiva como el que vivimos, tenemos, al menos dos opciones, caer en la tentación de una lógica maniquea que divide al mundo en buenos y malos, en interesados en los beneficios particulares versus los interesados en los beneficios colectivos; o trabajar por construir un ambiente de confianza, basándonos por una parte, en que podemos tener, y efectivamente tenemos, diversos puntos de vista sobre lo que sucede y cómo resolverlo; en que nadie es infalible, por lo que cualquiera puede equivocarse tanto es sus apreciaciones como en la estrategia que sigue o propone; y por la otra, en los compromisos explícitos y suscritos, así como en la firme decisión de confiar en el otro, porque como decía Isabel esta mañana, para construir un país diferente, es preferible confiar y equivocarse que no confiar. En este caso, las preguntas serían: ¿Qué tan dispuestos estamos a confiar en el otro y a respetar, de hecho, las diferencias? y ¿Qué tanto estamos dispuestos a asumir y suscribir los compromisos que se desprendan del acuerdo de unidad? -una forma de hacernos esta pregunta como ciudadanos es ¿qué tan dispuestos estamos a votar por los candidatos que nos correspondan, así no hayan sido los que más nos gustaban o no se haya utilizado el método de selección de nuestra preferencia?

La construcción de un acuerdo de unidad para las elecciones de 2010, es un escenario más que propicio para abordar algunos de estos temas, dejar de tratarlos como acuerdos “implícitos” y avanzar sobre ellos. Sin embargo, lograrlo o no, requiere el concurso de todos y depende de que logremos centrar los debates en lo esencial y superar la dinámica de “oídos sordos”, como la que tenemos actualmente en torno a los mecanismos de selección de los candidatos. Pero también depende de que aceptemos la diversidad, nos abramos realmente al debate y dejemos de tratar nuestro punto de vista como “el verdadero”, como la panacea dogmáticamente irrefutable con la que convenceremos e iluminaremos al resto de la humanidad. Si no lo logramos esta vez, aunque lo tratemos como “materia vista”, quedará efectivamente como materia pendiente, que seguramente servirá de aprendizaje a generaciones futuras.

Olga Ramos
03112009

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