Mas temprano que tarde, sin reposo
Olga Ramos
Asociación Civil Asamblea de Educación
Viejo, ¿viste la luna? parece un farol colgado del cielo… le da un aire de Buenos Aires a las calles de Caracas en esta extraña y apacible noche en que decido escribirte. Y ¿como no hacerlo? Te confieso que mi primera reacción, al propio estilo de mi querida tocaya, -peculiaridades quizá derivadas del nombre- fue sentir la más profunda y desagarrada de las furias, al punto de molestarme contigo por haberte ido de esa manera y en este momento. Te confieso que tu muerte me partió el corazón. Sin embargo, la hermosa luna que adorna esta noche, me hizo comprender que no hay nada más injusto contigo que molestarme, aunque sea porque te hayas ido. Por eso, y a modo de exorcismo, he decidido escribir estas líneas, que ojala estén a la altura del homenaje que mereces.
Comenzaré diciendo –aunque suene muy egoísta- que escogiste muy mal momento para marcharte. ¿Como no pensaste que quería hablar contigo? Y es que, Ricardo, tu muy bien lo sabes, en este momento hace falta la buena compañía para pensar juntos. Además, ¿donde crees que podremos encontrar ahora la sensatez y profundidad de tus análisis y reflexiones? ¿A quién querré acudir cuando necesite “aclararme el pensamiento”?
Libreta en mano, pensativo y muy atento, te recuerdo en innumerables reuniones, en las que, después de escuchar los planteamientos de todos, tomabas la palabra, con tranquilidad y aplomo, para hacer gala de tu intelecto y regalarnos buenas ideas. Obviamente, eso, que fue una de las buenas cosas que descubrí en el paso, duro y áspero, por la coordinadora democrática y que me hubiese gustado mantener toda la vida, voy a extrañarlo; me va a hacer mucha falta esa compañía, sobre todo, ahora que sé que ya no estás y que ni siquiera te encontraré de vez en cuando por el ciberespacio.
Pero además de la mente brillante, extrañaré al buen amigo, ese que no pude conocer tanto como hubiera querido, pero aunque poco tengo tanto que agradecer... El buen amigo Ricardo, el hombre cariñoso, tierno y solidario, el de la sonrisa cálida. Recuerdo que en más de una oportunidad me tendiste la mano, me prestaste tu oído y tu hombro, cuando en momentos difíciles se me ocurrió que eras una buena persona a la que acudir. ¡Qué gran acierto tuve entonces!
Y ¿como no extrañar también al viejo argentino, de tan espectacular acento; ese que me dio los datos precisos para disfrutar mi corto paso por Buenos Aires y a quién tengo presente cada vez que escucho un buen tango? Aunque, la verdad no es precisamente por argentino que te tengo presente, porque a pesar de lo obvio de tu acento, te confieso que nunca te sentí extranjero. Creo que es más por compartir el amor por las cosas bellas; y claro está, por el amor y la pasión con la que te relacionabas con tu terruño y con esta tierra. Quizá esa fue una de las cosas que me hizo sentirte más cercano, que me hizo identificarme más contigo; el amor y el arraigo compartido entre Argentina y Venezuela. Ese amor dividido y esa pasión por dejar un trozo del alma en la tierra en la que se nació y otro en la que se escogió vivir, fue el que aprendí desde muy pequeña en mi casa, cuna de hijos, sobrinos y nietos de emigrantes canarios, que dejaron un pedacito de la vida en cada puerto que tocaron.
Lo mejor de esa pasión, es la entrega con la que se vive; entrega que hace que la vida que se deja, donde se parte y donde se llega, siempre prenda como una llama que ilumina otras vidas. Es evidente que la llama que tú prendiste iluminó y seguirá iluminando vidas en esta y en otras tierras, a pleno sol e incluso, o quizá especialmente, en las noches más oscuras. Por eso, no resulta casual el lema que escogieras para identificar tu más preciado legado: ¡En la noche más oscura, brilla el Gusano de Luz!
¡Gracias por eso, mil gracias por todo, mi viejo!!!
PD: nunca pensé que enviar este escrito resultara más difícil, incluso, que escribirlo… Ya no estás al otro lado de la pantalla…
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